lunes, 27 de mayo de 2013

Gebel Barkal, la montaña de los dioses


Encontrar una montaña en medio del desierto es encontrar un tesoro, un regalo de los dioses. En un territorio plano, una atalaya es por sí misma un lugar destacado, un enclave especial, una situación de privilegio, un refugio, un abrigo. La altura permite distanciarse, protegerse y divisar el entorno sin problemas. Así se puede avistar el acercamiento de potenciales enemigos y preparar la defensa con ciertas ventajas.

Cuando el ejército de Tutmosis III llegó hace 3.500 años a esta zona desértica de Sudán, en las inmediaciones de Karima, éste consideró que era el lugar ideal para construir un templo al dios imperial, al todopoderoso Amón. 


A las estratégicas condiciones naturales que reúne el lugar, hay que añadir que el perfil del impresionante pináculo aislado que sobresale a un lado de la montaña recuerda con cierta precisión al de la cobra sagrada que protege a la realeza faraónica. La montaña pasó a denominarse Gebel Barkal en árabe, que traducido significa "montaña pura" o "montaña sagrada". En las inmediaciones se construyeron diferentes templos en distintas épocas, el dedicado a Seth, el que Tutankamon fundó en honor a Amón, los construidos por Taharqa, uno de ellos dedicado a Amón y Mut y el otro a Mut, así como el construido por el rey Natakamani. Por el gran valor arqueológico que encierra, la zona fue declarada en 2003 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.



Es indiscutible que el lugar impone y la ascensión a la cima de la montaña supone inevitablemente algo especial. Uno se traslada al pasado, quiere imaginar los movimientos de los habitantes de la zona en la época y resulta fácil sentirse aturdido por la embriaguez que la contemplación de la llanura desde la cima supone para los sentidos. El panorama es sobrecogedor. Una sensación placentera de plenitud se alcanza con la perspectiva que se aprecia, especialmente al amanecer, desde lo alto de la montaña pura de los kushitas.




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